¿Sorprendente?, ¿Increíble?, ¿Impensable? Corrían los años ochenta cuando un grupo de chavales empezaba a jugar a un minoritario deporte que solo se practicaba en el norte de España y especialmente en Cataluña. De hecho fue un catalán el que apareció en el barrio alcorconero del Parque de Lisboa con unos patines que no se habían visto jamás. El resto con patines de correa o en el mejor de los casos unidos con tornillos a unas botas de baloncesto miraban con admiración como se movía aquel tipo por la pista de patinaje. Entonces la mecha prendió, buscaron palos, espinilleras y rodilleras de fútbol para probar aquel exótico deporte. Primero se jugó con porterías de hockey sala, con pelotas de tenis, con sticks de hockey hierba, chicos y chicas mezclados que incorporaron un palo a los patines de fin de semana. Odisea en la pista, partidos mañaneros los sábados que duraban cuatro horas mientras otros chicos veían en la tele La Bola de Cristal. La batalla de los mundos, había un momento en que se dejaban de contar los goles. Acabada la pachanga se dedicaba la tarde a jugar sobre patines. Las chicas que empezaban a hacer sus pinitos con el artístico pedían acaloradamente el final de los palazos y el peligro de la bola saltando por encima de las cabezas. Se llegaba al pacto y comenzaba la convivencia feliz donde se jugaba al látigo, a los trineos o se combinaba de manera peligrosa el monopatín para hacer violentas batallas de choque. Más de un herido hubo en aquellos enfrentamientos. Cuando llegaba cierta hora se rogaba al encargado de las instalaciones para que diera un poco de luz en la pista.
Un día llegaron camisetas, blancas de publicidad de una
conocida empresa de informática. La caraba, el primer fin de semana que se
estrenaron las camisetas parecía un equipo. Tanto fue así que surgió el Club
Patín Parque de Lisboa. Un club de Hockey en un tiempo en el que solo se
hablaba del mundial de fútbol del 82 y en un lugar donde hablar de patines era
como hablar de la teoría de la relatividad. Y La pista se empezó a llenar de
chavales. Y las vallas de espectadores curiosos que después de ver el fútbol
sala se quedaban un rato a mirar con ojos de pasmo este deporte tan raro. Las
salidas a jugar a Coslada, Aluche, Alcobendas o Alameda de Osuna eran
verdaderas odiseas. De la Calle, Pachu, Enrique aquellos fueron los primeros
entrenadores de este club surgido casi por generación espontánea. Un club
creado por padres con una doble intención, aquello eran los ochenta y además en
Alcorcón. No solo era la época de la movida, también fue un periodo gris donde
la calle y las compañías podían “echar a perder” a cualquier chaval. Refugiados
en el deporte se evitaban males. Las ayudas eran pocas pero escasas que diría
aquel. Las tiendas de deporte de la zona entendieron el potencial de aquella modalidad
deportiva que surgía y echaron una mano: Deportes Luis, La piragua, Pista 2,
eran los proveedores y patrocinadores, unas camisetas por aquí unos
descuentillos por allá y algo se ahorraba en un deporte donde se rompían muchos
palos . Los desplazamientos a cargo de los sufridos padres. Igual que ahora.
Las espartanas de Alcorcón, han tenido que poner 300 euros
cada una para poder ir a jugar la final de la copa de Europa, el Club patín de
Alcorcón no es una pequeña aldea gala resistiendo en los ochenta el envite de
las drogas, ni juegan en pistas infames con una cuarta de agua, pero se tienen
que seguir pagando de su bolsillo los costes si quieren lucir con orgullo el
escudo de un club y una ciudad. Treinta y tantos años después, algunas cosas
han cambiado para mejor, pero otras siguen como estaban.
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